El Estado boliviano y especialmente el Gobierno están brindando un penoso espectáculo ante el mundo, que desde el domingo da por hecho la victoria del No en el referéndum, mientras que internamente estamos viviendo días de zozobra, con una sospecha que se acrecienta en torno a las supuestas intenciones del oficialismo y la falta de credibilidad de las autoridades electorales que aportan con su lerdera y muchas torpezas a la tensión generalizada.
La ya célebre tesis del “empate técnico” ha desatado burlas a nivel internacional y los analistas de los principales órganos de prensa se regodean haciendo comentarios sobre la negativa del régimen a reconocer una evidente derrota, poniendo por delante argumentos como el voto rural en un país con casi un 80 por ciento de población urbana, el sufragio en el exterior, con un ausentismo de más del 50 por ciento y por último, culpando a las redes sociales por los resultados.
El denominado “Proceso de Cambio” ha sabido labrar un prestigio a nivel mundial que hoy se está deteriorando a pasos acelerados, pues está claro que a medida que se prolonga la espera de los resultados oficiales, crece el fantasma del fraude azuzado precisamente por las autoridades que andan pregonando raros augurios que contradicen la aritmética más elemental.
Más allá de las críticas y contradicciones propias de cualquier sistema de gobierno, existe un reconocimiento claro del legado que puede dejar el periodo a la cabeza del presidente Evo Morales, herencia que puede palidecer si es que los padres de esta llamada “revolución” no son capaces de reconocer los hechos y actuar en consecuencia, para no dañar aún más la maltrecha democracia boliviana, que ha vuelto a reaccionar y a darle una lección muy contundente a los líderes políticos, como ha sucedido en muchas ocasiones en las que desafortunadamente las élites gobernantes no supieron ponerse a la altura del pronunciamiento ciudadano.
Estas dilaciones y las posturas de provocación a la ley y el sentido común no hacen más que exacerbar los ánimos de sectores que han decidido vigilar de cerca el conteo de las actas de sufragio, para tratar de impedir las evidentes intenciones de alterar los resultados que manifiestan sin tapujos los principales exponentes del gobierno.
Muy bien lo han dicho algunos miembros del propio régimen, que más allá de cualquier resultado, las autoridades electas tienen todavía cuatro años por delante para trabajar y servir al país, periodo que sin duda alguna se vería afectado por la inestabilidad y el malestar, en la medida que se imponga el fraude. No es momento para actuar con desvergüenza, es tiempo de apelar al mayor grado de madurez y de grandeza para aceptar la voz que se ha expresado en las urnas, una voluntad que debe respetarse por el bien de Bolivia, de la paz social y del propio futuro del oficialismo, que está frente a la encrucijada de salir por la puerta grande o desencadenar una situación de descontento ciudadano que nadie quiere experimentar.
Estas dilaciones y las posturas de provocación a la ley y el sentido común no hacen más que exacerbar los ánimos de sectores que han decidido vigilar de cerca el conteo de las actas de sufragio, para tratar de impedir las evidentes intenciones de alterar los resultados que manifiestan sin tapujos los principales exponentes del gobierno.
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