Los partidos y movimientos políticos, igual que las personas, nacen, se desarrollan y mueren. Un periplo temporal que puede ser breve, mediano o largo, precede siempre su marcha al camposanto, un espacio que para los partidos equivale a cementerio de la historia. Pero los partidos no ‘fallecen’ de inmediato, como los seres humanos, por graves que fueran los infartos económico-sociales que les erradiquen del mando y les haga patalear durante muchos años antes de cerrar los ojos para siempre. Un ejemplo típico al respecto, en Bolivia, fue el Partido Liberal. Estuvo en agonía hasta las primeras décadas del siglo pasado.
Una exitosa simbiosis de economía y política, básicamente, en el accionar gubernamental, afirma a un presidente y su partido en el mando supremo de un país. Si no hay crisis que de forma progresiva y drástica comprima los ingresos de la gente común, con hiperinflación, incremento del desempleo, desabastecimiento de artículos alimenticios y otros males, un buen porcentaje de la población no percibe en el primer mandatario y su partido la imagen de indeseables que aplastar con golpes de protesta social, sino más bien a benefactores a los cuales apoyar.
En Bolivia, la nacionalización de los hidrocarburos coincidió con un buen interregno para nuestras exportaciones de gas a Brasil, Argentina y Paraguay. Los ingresos nacionales por tal concepto subieron de $us 300 millones (año 2000) a los más de 7.000 millones que se apuntan ahora. Hay estabilidad macroeconómica y en la microeconomía no se perciben contingencias cuya gravedad obligue a la gente a salir a las calles a echar cruces a quienes hoy nos gobiernan.
Sin embargo, lo anteriormente referido no garantiza a Evo Morales y al MAS quedarse ‘de por vida’ en Palacio Quemado. El quinquenio 2015-2020 (todo hace presumir que el MAS seguirá gobernando en este interregno) será de difícil recorrido para el oficialismo, sobre todo si no logra que YPFB, incrementando de forma drástica sus actuales niveles de producción de hidrocarburos, satisfaga plenamente la demanda de países vecinos que ya encaran proyectos alternativos para autoabastecerse de tan cruciales energéticos, así como de la doméstica. El MAS es un conglomerado de movimientos sociales de intereses diferenciados y hasta antagónicos, en algunos casos. Por tanto, está expuesto a una progresiva fragmentación. En consecuencia, que el MAS “se quede de por vida en Palacio” es algo totalmente imposible, como lo sería para cualquier partido o conglomerado de fuerzas políticas y sociales que le suceda en el poder
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