El fútbol y la política se parecen mucho en Bolivia y si bien lo de Bolívar es como para entusiasmar al más pesimista, la realidad es una lágrima en ambos aspectos y por las mismas razones. El la política uno de los males que impide mejorar es el caudillismo.
Las masas suelen enamorarse de ciertas figuras, los líderes se endiosan, se creen Pelé y Maradona juntos y luego no quieren dejar la cancha, piden alargue y jamás le dejan espacio a las nuevas promesas de la dirigencia, que terminan eternizándose como suplentes.
En el fútbol la cosa es parecida, pues no existe promoción de las divisiones inferiores, muy pocos apuestan por los chicos y los clubes prefieren ir a Argentina o Brasil, de donde se traen un par de tipos cancheros, jugadores de área que aseguran goles y buenos resultados… económicos, porque los logros futbolísticos siguen esperando. La única vez que fuimos a un Mundial por mérito propio fue gracias a una gloriosa camada de ex Tahuichis que fueron “cultivados” desde niños.
Lo normal es que los clubes estén llenos de veteranos en declive que han pasado por todos los equipos. Con las últimas novedades ligueras, todo indica que los dos defectos, los del fútbol y los de la política se van a poner la misma camiseta.
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