El presidente de origen más humilde de Bolivia resultó ser el más altanero y afecto al lujo. Por comparación, los presidentes “neoliberales” quedan como sensatos servidores del país, ya que no hicieron gala de lujos durante su gestión. Gonzalo Sánchez de Lozada usaba su avión particular para viajar, Carlos D. Mesa nunca ocupó la residencia presidencial de San Jorge y a veces subía al Palacio Quemado en transporte colectivo.
Los autos de los presidentes se mantenían sin cambios durante largo tiempo, como el viejo Cadillac negro de Paz Estenssoro y Siles Zuazo, en los años 1950 y 1960, o el BMW usado por Goni y varios otros presidentes. Ahora, nuestro humilde Jefe de Estado se desplaza con una caravana de autos blindados, que por la cantidad de luces parece una procesión de Navidad.
Evo Morales, salido de las entrañas de Orinoca, un pueblo perdido en el altiplano, calzó abarcas durante su niñez y juventud, pero resultó ser el más proclive de todos a un trato de monarca, en un país que continúa teniendo índices muy bajos de salud, justicia y educación.
Cuando asumió la presidencia por primera vez (ya van tres y aspira a una cuarta, contra su propia Constitución Política del Estado) declaró que nunca ocuparía la casa presidencial de San Jorge, “construida por el dictador Banzer y ocupada por militares golpistas y presidentes neoliberales”. Dijo que seguiría compartiendo un modesto departamento en Miraflores con su amigo de cama y rancho Santos Ramírez (hoy preso por corrupción).
Poco después olvidó sus palabras y no solamente ocupa la “pecera” de San Jorge, sino que tiene un palacete en Sucre, avión ostentoso y terminales aéreas de lujo en varios aeropuertos del país, y vehículos como para hacer de la importadora de Toyota una empresa boyante (y a su gerente embajador en Japón). Falta espacio para referirse al mussoliniano nuevo palacio de gobierno y al museo de la egolatría en Orinoca.
Desde la dictadura de Banzer ningún presidente había osado que su rostro apareciera en monedas y estampillas. A éste no se le mueve un pelo. Su rostro aparece en toda la propaganda gubernamental, a veces con casco de obrero, como si él hubiera instalado personalmente la red de gas o el teleférico.
El Presidente se preocupa mucho por su peinado (como se puede apreciar en la película Cocalero, de Alejandro Landes) y también por su vestimenta. De la chompa con franjas, con que hizo su primera gira por Europa y que desencadenó una moda instantánea, ha pasado a los trajes especialmente confeccionados por diseñadores de la “burguesía neoliberal”. Una costosa vestimenta que pagamos todos.
Esos trajes también han producido una epidemia. Muchos llunkus lo imitan. Viceministros, diputados o embajadores no tienen la menor vergüenza de uniformarse como el gran líder para mostrar su sumisión.
La promoción del Kim Il-sung altiplánico cuenta con la maquinaria multimillonaria del ministerio de Propaganda (mal llamado Ministerio de Comunicación), de la televisión del MAS (antes televisión del Estado, canal siete), del canal Abya Yala, que le regaló el Gobierno de Irán al presidente en ejercicio, y de la amplia red Patria Nueva de radios locales llamadas “originarias”, que son repetidoras de la radio oficialista.
El ministerio de Propaganda publica folletos con los discursos que hace el Presidente en cada uno de los cuatro o cinco actos en los que interviene cada día. Es un desperdicio de papel, ya que siempre dice lo mismo. También publica lujosos libros con fotos de Evo Morales en todas las páginas y en todas las posiciones imaginables, incluso vestido de astronauta, aunque parezca chiste.
El síndrome de Kim Il-sung es un virus que se ha apoderado del Presidente que supuestamente representa a los más humildes del país. La flota blindada de vehículos Toyota ha crecido desproporcionadamente, como si Presidente y Vicepresidente temieran por sus vidas. Ni siquiera los dictadores militares andaban con tanta seguridad. O quizás es simplemente para mostrar lo altaneros que son y lo ampollados que están de ejercer el poder.
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