Los últimos hechos de violencia desenfrenada, poco habituales en la historia criminal argentina, revelan que nuevos actores y otras motivaciones -diferentes a las que mueven a la delincuencia común- han comenzado a tener una importante presencia en el territorio nacional.
El consumo sostenido y, en algunos casos, creciente de drogas, así como los asesinatos, la presencia de grandes traficantes, el aumento de los laboratorios clandestinos y las guerras entre integrantes de bandas dedicadas a la comercialización de estupefacientes plantean la necesidad de enfatizar la lucha contra el narcotráfico en todos sus aspectos y de ajustar las políticas para la prevención de la drogadicción con mayores controles en las fronteras y en las zonas donde pueden instalarse aeropuertos o pistas clandestinas.
A este sombrío panorama, cuyos rasgos salientes ya eran conocidos, se le agregan ahora las revelaciones de la investigación de la denominada "ruta de la efedrina".
Desde hace unos años, en México, tenebrosos carteles de narcotraficantes han puesto en jaque a la policía y a la administración federal. México ha militarizado dos estados, fronterizos con los Estados Unidos. Según los especialistas, el consumo de cocaína en ese país ha disminuido en un 30 por ciento; las drogas sintéticas ocuparon esa parte del mercado.
La efedrina es por ahora un componente insustituible en la fabricación de esas drogas sintéticas. En México, el kilo se comercializa a 10.000 dólares; en la Argentina, sólo a 100. Por esa razón, los carteles mexicanos han comenzado a sentar base en el territorio nacional para obtenerla en forma más económica. La presencia de esas bandas criminales también fue advertida por funcionarios de la Procuraduría General de la República de México (PGR), que alertaron al ministro de Justicia de la Nación, Aníbal Fernández, y al de Seguridad bonaerense, Carlos Stornelli. El consejo recibido fue: "Los tienen que parar ahora, porque una vez que entran, corrompen todo, y no los sacan más".
La veracidad de ese ingrato augurio está a la vista en México, donde en los últimos días se descubrió el nivel de penetración que alcanzó el narcotráfico en la alta burocracia destinada a combatirlo, más allá de episodios que todavía permanecen en una inquietante bruma, como el del avión derribado en el corazón del Distrito Federal. Sería lamentable que México fuera, en ese aspecto, un espejo para la Argentina.
La advertencia de los funcionarios mexicanos no es la primera. Antes del triple crimen de General Rodríguez, la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) había manifestado su preocupación por el tráfico de efedrina entre la Argentina y México, donde ya se había prohibido esa sustancia.
A pesar de ello, el Gobierno parece no querer admitir una realidad que tiene delante de sus ojos, conducta que en todos los casos favorece el agravamiento de aquello que se niega. La respuesta del ministro Fernández, que refuta la existencia de carteles en la Argentina, en este caso el de Sinaloa, no contribuye a solucionar un problema tan grave como peligroso, cuyo poder crece por la corrupción y por su corrosión sobre las instituciones policiales, judiciales y políticas encargadas de darle batalla. Si no se reconoce la existencia de la enfermedad, mal se puede alcanzar su cura.
Esta evidencia se vuelve más preocupante cuando se advierte que, además de la negligencia del Gobierno y, dentro de él, del responsable de la Seguridad, tampoco la dirigencia, en general, promueve un debate inteligente sobre estas amenazas que acechan al país y que, en pocos años, serán de muy difícil corrección.
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