La historia demuestra que por eso los que más sufren son los más desposeídos, porque esa construcción es sobre cimientos de barro
Si algo ha comprobado el incremento –y su posterior anulación– del precio de los carburantes a fines del año pasado es que la gestión económica del MAS, desde 2006, no ha sido la adecuada y que el período de bonanza que el país ha vivido –y aún lo hace– se debe a las condiciones internacionales antes que a la capacidad de nuestras autoridades que, además, no han sabido preparase para el tiempo de las vacas flacas que parece que puede sobrevenir.
Ha primado el discurso político y, como el dinero fluía, la elaboración de planes en el aire fue la constante. Pero, todo indica que esa situación ha llegado a su fin, así sea que las autoridades sigan pensando que puede planificar fantasías al margen de la realidad concreta. Afirmaciones como, por ejemplo, que la gestión de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) es exitosa o que hay un avance y potenciamiento de pequeñas y medianas empresas estatales –y que recién a finales de 2010 se dieran cuenta de que el contrabando es un canal de fuga de recursos intolerable pero “que se va a solucionar”– son muestras de esa terquedad para no ver la realidad tal cual es.
A momentos, estas posturas hacen recuerdo a tiempos cuando un mandatario cuyo Gobierno estaba cercado por una serie de problemas y conflictos preguntaba muy suelto de cuerpo: “¿Dónde está la crisis que no la veo?”. Pero, eran tiempos en los que, con sus debilidades, funcionaba el sistema democrático y había la convicción de que cumplido su periodo este mandatario se retiraría del poder. En cambio, uno de los problemas que ahora enfrentamos es que no hay plazo para el cumplimiento de gestión.
En este contexto, crear castillos en el aire y seguir olvidándose de la gestión provoca consecuencias peligrosas, lo que afecta la precaria infraestructura productiva que el país ha logrado construir a través de los años. El tema de la seguridad alimentaria es un tópico permanente en el discurso gubernamental, pero por lo menos en los tres últimos años desde el Gobierno se ha atacado a los sectores productivos del país al punto de que hoy tenemos escasez de productos como arroz, maíz y azúcar, y están en peligro de correr similar suerte productos agroindustriales como el aceite y la leche (e incluso la Coca-Cola, que para alguna autoridad pareciera que se trata de un producto básico de la canasta familiar). Es decir, en todos los rubros en los que desde el Gobierno se ha intervenido cortando la cadena productiva, incluyendo la comercialización final, se ha producido escasez y crecimiento de la burocracia estatal, cuando no abierta corrupción.
En ese marco, aún no es posible concluir si este panorama es consecuencia de un proceso de aprendizaje o, más bien, responde a una dinámica premeditada para destruir al viejo Estado y creer que sobre sus ruinas se puede construir algo nuevo supeditado a la casta gobernante que se siente iluminada para decidir el destino de la ciudadanía.
La historia, lo hemos dicho ya, demuestra que por ese camino y en el balance general, los que más sufren son los más desposeídos porque esa construcción es sobre cimientos de barro.
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