Hasta que Morales decidió que no tenía más remedio que devolver los precios a la realidad. Su argumento fue que el combustible subvencionado estaba alimentando el contrabando hacia los países vecinos. Tenía razón, por supuesto: los precios controlados por comisarios siempre tienen este efecto. Pero ese era sólo uno de los muchos problemas ocasionados por su demencial política energética. En cualquier caso, las organizaciones que lo habían apoyado durante los diversos enfrentamientos que han marcado su gestión contra grupos de centro-derecha, la clase media y gremios empresariales de la provincia oriental de Santa Cruz, se rebelaron, furibundos, contra Morales, amenazándolo con la suerte sufrida por sus predecesores.
Todo lo cual confirma una sencilla verdad. Morales no comanda a sus tropas. Ellas lo comandan a él, como es común en el populismo latinoamericano. Cuando las políticas populistas fracasan, las tropas populistas exigen más nacionalizaciones y una mayor centralización del poder… y más chivos expiatorios. El líder puede o bien llevarlas a donde quieren ir, que es lo que Hugo Chávez está haciendo en Venezuela, o perecer políticamente (o físicamente). Morales ha decidido mantenerse en el poder y doblegarse ante las tropas desesperadas por combustible barato y las graves consecuencias de tal acción.
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