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jueves, 11 de abril de 2013

Marcelo Ostria interpreta el sentido común y la protesta ciudadana por la pérdida de tranquilidad ante las noticias inquietantes y las presiones y las conductas en sucesión ininterrumpida de crispación y temor


Los bolivianos hemos perdido la tranquilidad. Diariamente hay noticias inquietantes, y son notorios los sucesos y conductas que están alejando el ideal común de alcanzar mejores niveles de convivencia y de armonía ciudadana. La atención se centra, además, en signos que auguran tiempos difíciles. Se trata de los capítulos que, en sucesión ininterrumpida, van creando crispación, temor y no poco desaliento.
Ahora, todo se pide y se niega con agresividad. Un ejemplo reciente: la exigencia, acompañada de un bloqueo de caminos que duró 15 días, de que se construyan, a un costo de 300 millones de dólares, puentes “trillizos” (“Wiñay Marka”) en el Lago Titicaca, y no uno solo en el estrecho de Tiquina. Resultado: una acción policial y más de una docena de detenidos. Un capítulo terminado, pero amargo.
Se dice que en pedir no hay pecado ni engaño. Quizá sea cierto, pero no cuando las exigencias van acompañadas de amenazas y violencia que ya son parte de la historia que se inició con el populismo en acción. En efecto, los paros, las huelgas de hambre, las agresivas marchas callejeras y los bloqueos, se han convertido en estos últimos años en tradición populachera. Siempre se amenaza con ir “hasta las últimas consecuencias”, aunque esas consecuencias siempre las paguen los ciudadanos.
Habría también en esto, una estrategia neopopulista para provocar tensiones recurrentes e inducir, con consigas de “dividir para reinar” y de “ir por todo”, al enfrentamiento con enemigos reales o imaginarios. Se percibe que, por ello, hay un colectivo “sentido trágico” en la ciudadanía, pues vive resignada entre la intimidación –una gran cantidad de “voceros” con frecuencia anuncian terribles consecuencias– y el castigo ilegal, ya que, cuando algo desagrada al poder, se plantean demandas judiciales y el encarcelamiento de quienes tienen el atrevimiento de discrepar con el régimen o de denunciar actos de corrupción.
La intranquilidad –aun la calculada– que siempre es preocupante, se agrava cuando un régimen, como está sucediendo ahora, va perdiendo el control –y aun el apoyo– de sectores que hasta ayer eran sus bastiones. Esto puede dar lugar a la desagregación social y al caos. La ley, en este caso, será una referencia que se puede incumplir impunemente, en detrimento del Estado de Derecho.
Es conocida la creencia de que el deseado poder eterno y riguroso, a la larga puede apaciguar o resolver las crisis provocadas para prevalecer. Pero se olvida que “no es posible sembrar nabos en las espaldas del pueblo”.

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