Todos se rasgan las vestiduras por las declaraciones racistas y discriminadoras del precandidato a presidente por el partido republicano de Estados Unidos, Donald Trump.
Mucho más cuando se trata de las acciones de los terroristas del autodenominado Estado Islámico que les cortan las cabezas a todos los que no se parecen a ellos. Para no ir tan lejos, habría que darse una vueltita por ese país llamado Bolivia, moderno, revolucionario, sede del Dakar y de los cambios más profundos en materia social y jurídica, donde abiertamente se criminaliza a la gente de piel clara, afirmando que si el “NO” triunfa en el referéndum del 21 de febrero, “volverán los q’aras”, como si se tratara de retorno del cuco.
Donald Trump es racista, pero al menos no se lo ha escuchado justificar ningún crimen grave, cosa que sucede en nuestro querido país, donde el robo que cometen algunos es “micro-corrupción” y es minimizado constantemente porque se trata de ladrones de cierto origen étnico. Pero cuando se trata de otros que poseen otro código genético, no hay olvido ni perdón, como debe ser en todos los casos.
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