Mi tía quiere aprender a matar. Y yo digo que es nomás influencia de la televisión. Ni bien doña Marisol vio en la pantalla a un grupo de campesinas adultas dentro del campo de entrenamiento del regimiento militar Manchego (Santa Cruz) —ensuciando en paso comando sus coquetas trenzas y luego disparando un fusil del Ejército boliviano—, que me dice: “¡Yo también quiero!”, “¡Yo también quiero!”.
Primero intenté persuadirla por el lado del miedo. “Malitos suelen ser los instructores militares. Cuando no le atinas al blanco, con tolete suelen cascarte las nalgas”. No hubo respuesta. Entonces insistí: “Además, para qué quieres aprender a disparar, pues; ¿por ahí te llega a gustar? ¿Por ahí en asesina te conviertes?”. Nada; definitivamente, nada. Es más, ni me escuchaba. Sus ojos estaban hipnotizados por la Tv. En esa pantalla que mostraba a los uniformados mansitos, mansitos —como maestros de escuelita— enseñando a las flamantes reclutas de los movimientos sociales a enfocar el objetivo y aguzar la puntería. Una de las soldados de mediana edad se mostraba totalmente concentrada, con el ceño fruncido, embelesada en la mira del fusil.
Me puse a pensar en quién pensaría esta mujer a la hora de apretar el gatillo. Me acordé que en el cuartel, en los años 90, nos enseñaban a cargar cada bala en la cámara del arma poniéndole previamente el nombre de un objetivo deseado, tanto para los intereses de la patria como los personales. “¡Un chileno!”, “¡Un paraguayo!”, “¡Mi suegra!”. La trilogía se repetía una y otra vez en la voz de mando en el instante mismo de disparar. Esos eran entonces los objetivos. Pero, ¿qué nombre le habrá puesto esta mujer al destino de su bala? Quizás ni sabía leer, pero allí estaba, aprendiendo a matar hombres.
Sin quererlo, ahora yo estaba cautivado con las imágenes. De pronto se oyeron los tiros, de pronto la voz de un oficial respondiendo al cuestionamiento de la periodista. “El objetivo de esta instrucción a civiles es que en las comunidades campesinas puedan reaccionar y organizarse ante la eventualidad de un ataque armado a Bolivia”. ¿Ataque armado? ¿De quién? ¿Está Bolivia amenazada realmente? ¿Qué información nos ocultan? ¿Será capaz el novel ejército de movimientos sociales de detener una invasión extranjera con los vetustos fusiles FAL? ¿Cuál es la verdadera razón para entrenar militarmente a campesinos?
Una a una las preguntas se agolpan en mi cabeza, mientras de repente veo a mi tía apuntándome con un palo de escoba desde la puerta de la sala. “Cuándo llegará la instrucción a civiles a la ciudad, ¿no?; me quiero inscribir”, me dice, para luego rematar: “¡piuf!”. Un aire frío se apodera de mi cuerpo, ¿acaso estoy muerto?
Javier Badani
es periodista.
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