Los extorsionadores asalariados que tiene el gobierno, algunos de los cuales están por ahora tras las rejas, son una realidad que sorprende a muchos pero no ciertamente a la historia.
Hace 3.000 años, cuando los griegos estaban ajustando sus leyes, tropezaron con el mismo problema.
Para el caso de los delitos contra el Estado, en Atenas se estableció que era deber de cualquier ciudadano presentar la querella, pero si nadie lo hacía, y ante la falta de un procurador, se creó la figura del “sicofante”.
Dice Thadée Zeilinski que la etimología de esta palabra se perdió. Los sicofantes eran unos “acusadores voluntarios encargados de cuidar los intereses del Estado y de la sociedad, pero sus extorsiones llegaron a constituir bien pronto una de las plagas de la vida pública ateniense”.
Trasladada a Bolivia con tres milenios de demora, la plaga de los sicofantes ha causado grandes sacudones y probablemente grandes fortunas que pasan inadvertidas en este reino de lo ilegal.
Lo curioso es que unos cuantos miembros de este equipo de extorsionadores han sido puestos en capilla sin afectar a sus mandantes, a quienes habían urdido el plan. De nada sirve que los pocos sicofantes presos griten y denuncien las conexiones que tenían con el gobierno: nadie les presta atención.
En el caso de Atenas, corregir errores como este era más fácil que ahora; sólo tenían que ir la plaza y dar explicaciones a unos pocos filósofos.
Ahora, 3.000 años después, hay medios de comunicación que informan a la gente, a toda la gente, de todo lo que está pasando. Pero aquí se ha demostrado que si tomas previsiones y aplicas un control de medios, combinado con la compra de la mayoría de ellos, todo se puede resolver. Las denuncias no pasan de esta barrera.
No se sabe de ningún otro gobierno que haya incorporado en las planillas de los servidores públicos a unos sicofantes modernos con el encargo de extorsionar de manera desembozada y autorizada. Con permiso para extorsionar.
Ni se sabe de un país donde algunos de esos extorsionadores, no todos, hayan sido puestos tras las rejas por quién sabe qué error de contabilidad durante el desempeño de sus delicadas y sensibles funciones, y todo siga como si nada.
Los atenienses tenían principios morales.
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