El poder no es malo. Pitágoras, Cristo y Gandhi fueron poderosos y lo siguen siendo, porque el pensamiento y el ejemplo de los tres sigue irradiando y transformando el mundo. Nelson Mandela también forma parte de esa lista de todopoderosos y su fuerza se originó en uno de los valores más difíciles de lograr para la humanidad y mucho más para quienes ejercen la política con la intención de cambio.
Mandela utilizó el arma del perdón para transformar uno de los países más injustos del planeta, que había hecho leyes inspiradas en el odio y que creó los instrumentos más crueles para dividir a la sociedad. Mandela fue capaz de perdonar a quienes lo mantuvieron preso durante 27 años en una de las peores prisiones que se pueda imaginar, donde su carcelero solía defecar en el plato de comida que le servía.
Justamente con ese individuo que encarnaba perfectamente la barbarie del Apartheid sudafricano, Mandela se presentó en público una vez convertido en presidente y le hizo un homenaje para enseñarle a su pueblo el camino de la grandeza y de la prosperidad de su país. Mandela consiguió con su método mucho más de lo que hubiera logrado con el arma de la condena, de la revancha y el castigo. Por eso es que Mandela es grande y como dijo alguna vez Einsten de Gandhi, a las futuras generaciones les costará creer que hubo un ser humano de esa talla.
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