Seguramente Eugenio Rojas, cuando era partícipe de la degollación de canes, no pensó que podía alcanzar la Presidencia del Senado y que ese episodio iba a marcar su accionar público. Probablemente tampoco lo hizo cuando se manifestó a favor de la tortura al señalar que “habría que permitir para algunos extremos. Pueden ser asaltos, crímenes. En ese sentido la tortura puede ser aceptada de alguna forma, puede servir para presionar para que informe mucho más sino nunca van a hablar. Cuando no hay esta clase de presiones, al que han cometido delito y hay cómplices no hablan muchas veces, digo yo, favorecen a los grandes criminales a los que asaltan bancos, roban y sobre todo en el narcotráfico” (sic). En ambos casos, su actuación fue bochornosa y repudiable. Hoy este señor ejerce el tercer cargo más importante dentro la sucesión constitucional, y en algún momento puede asumir la presidencia interina si consideramos que Presidente y Vicepresidente de la República se ausentan del país por motivos oficiales. Más allá de este circunstancial hecho y de lo que el Sr. Rojas vaya a pensar ahora de cómo debe conducir su actuación al mando del Senado, su designación ha sido cuando menos desafortunada y poco auspiciosa.
La barbarie cometida con animales y lo que se buscó graficar al hacerlo en clara referencia a lo que podría pasar con los “oligarcas” (en alusión a Santa Cruz), es la muestra de una corriente donde prima la violencia y la falta de respeto por los derechos humanos. Pensar además, que la tortura debe ser parte de un procedimiento institucionalizado y que aquella puede servir si se la ejecuta contra seres humanos, es la constatación de un retroceso de ideas y pensamientos superados desde la mitad del siglo pasado, y una oprobiosa forma de mirar el poder y cómo ejercerlo. Lamentablemente hoy el Sr. Rojas representa al país desde el sitial de Presidente del Senado, con el derecho que la ley le asigna para hacerlo, pero con el estigma de un repudio casi general por su conducta y por la exteriorización de ideas fascistas comunes en Gobiernos de extrema derecha e izquierda.
Lo que sucede es que cuando una persona desempeña el cargo de dirigente o autoridad sindical o gremial, debe demostrar la misma madurez, seriedad, ecuanimidad y probidad que cuando ejerce uno público. La naturaleza de la representación y conducción requiere de una fortaleza, para evitar que aquellos a quienes se representa, ¡no cometan yerros!, peor delitos o hagan apología de los mismos. El Sr. Rojas no hizo absolutamente nada para impedir el brutal “perricidio” practicado contra dos canes, todo lo contrario, fue parte de un espectáculo circense que debió merecer castigo político, cuando menos. Tampoco rectificó su posición respecto a la tortura y a los métodos que según él, pueden servir para luchar contra el crimen. Reitero, la responsabilidad del cargo frente a lo que se dice y a la postura que se asume ante determinado episodio, es ilimitada. La irresponsabilidad del Sr. Rojas ante los dos sucesos que hoy marcan su asunción a la Presidencia del Senado, corroboran lo que anoto.
Termino aquí: cuenta la historia de un perro que tomaba diariamente un pan en su hocico y se lo llevaba a San Roque que yacía en el bosque convaleciendo de la peste de tifo, de la cual fue contagiado por atender a todos quienes la padecían. San Roque pudo sanar, y como el gran peregrino que fue, se lo reconoce con su bastón y sombrero, y con el perro a su lado. Desde entonces es su Santo y el perro, el mejor amigo del hombre.
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