A principios de diciembre del año pasado, un grupo de intelectuales y académicos publicó un manifiesto a través del cual se exhortaba a la “ciudadanía democrática” a no abdicar de la responsabilidad moral frente al despotismo que, según ellos, impera hoy en Bolivia. Para estar en consonancia con esa bizarra actitud, el título de dicho manifiesto debiera ser como el titular de esta nota: una frase de combate.
El texto publicado por Página Siete es un comentario breve. Se esperaba que circulara más profusamente por otros medios, como ocurre a veces con temas de interés nacional. Sus autores son profesionales de reputación conocida; pero por lo visto, igual que ayer, “no basta decir la verdad, hay que defenderla, y cuando son la indiferencia y la ineptitud sus verdaderas enemigas, hay que clavarlas a martillazos en las cabezas rebeldes”. El grupo después de emitir su mensaje, se calló; no se atrevió a “clavar” nada, como aconsejaba Franz Tamayo.
¿Quiénes son? No es un partido político en ciernes ni una “junt’ucha” acomodaticia que busca beneficios coyunturales. Es una muestra representativa y espontánea de la sociedad civil sin militancia partidaria. En su manifiesto dice que “necesitamos más democracia que autoritarismo, más legalidad que arbitrariedad…más moralidad que cinismo”. Indirectamente quieren decir que el Gobierno es autoritario, arbitrario y cínico.
Como dolía España a la “Generación del 98, a muchos les duele hoy Bolivia. El régimen que reemplazó al neoliberalismo en 2006 se propuso resolver problemas crónicos como la pobreza, la corrupción, el narcotráfico, y la mediocridad en la gestión gubernamental. Pero a la vuelta de ocho años el desengaño es tan grande como la esperanza. Éste es pues el subsuelo de donde emerge la rebelión. Silvia Rivera y Javier Albó, dos fervientes defensores del régimen, acaban de apartarse.
Con personalidades como Jorge Lazarte, Julio Alvarado y Marcelo Varnoux, entre otros, el manifiesto convoca a conformar “una fuerza colectiva” capaz de revertir el presente y avanzar hacia un “proyecto democrático alternativo al proyecto del poder despótico en marcha”. Será una dura batalla, sin duda; pero necesaria y urgente. En realidad, el despotismo mencionado ya no es un proyecto, está en pleno ejercicio. “Hemos logrado el gobierno, pero nos falta el poder”. Después de cinco años, García Linera podía afirmar: ahora tenemos también el poder.
La acumulación de poderes sin el contrapeso de una oposición organizada y militante, es una de las fuentes del despotismo.
No hay concentración de poder que no derive en vulneración de derechos y libertades. Es un fenómeno político conocido en la historia. Stalin y Hitler, bajo ese concepto, son figuras paralelas. En Latinoamérica, pese al colapso simbólico del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro, los caudillos de la ALBA siguen la huella de aquellos.
A casi dos meses, pese a que sus alegatos se ciñen a la verdad, o quizá precisamente por eso, en un medio cargado de falsedades, el manifiesto no promovió ninguna adhesión importante. Las instituciones culturales, los colegios de profesionales, las universidades, etc., a los que virtualmente representa el grupo, guardan silencio; viendo desde la ventana la tormenta que hace estragos en la calle. La oposición parlamentaria busca frenar algunas irregularidades por la vía legal, sin parar mientes en que el Tribunal Supremo Electoral actúa como una dependencia funcional al régimen; recurrir a él es ridículo. Es como quejarse del equipo rival al árbitro “bombero”. Ni más ni menos.
El autor es escritor
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